¡Basta de domestiCAFión!



Conseguir subsidios ya es un infierno:
nunca cumples los requisitos, nunca tienes todos los documentos necesarios, tu sonrisa no es tan blanca como debería, siempre tienes que volver el quinto jueves de cada mes…
 
Una vez que los consigues, siempre te los acaban quitando:
porque no has reenviado el papel que nunca recibiste, porque te han hecho una auditoría sin que tú lo supieras y, después de revisar varios archivos (Hacienda y Seguridad Social, por ejemplo), parece que vives un poco por encima de tus posibilidades (como si fuera posible vivir por debajo de la renta mínima de inserción), porque llevas demasiado tiempo sin trabajar o porque has trabajado dos horas y diecisiete minutos en los últimos nueve meses y medio, lo que supone unos buenos seis minutos de más.
 
Si, por casualidad, conseguimos conservarlos, siempre acabamos sometidos a una inspección domiciliaria: ¿qué decir de los innumerables placeres de recibir la visita de un inspector que revisa nuestra correspondencia, incita a nuestros vecinos a todo tipo de delaciones y llega a acosar a nuestros antiguos amantes para hacerles confesar que llevamos una vida de lo más disoluta?
 
Tantos episodios que nos traen de vuelta aquí, en fila durante horas y horas. La mirada bovina del guardia de seguridad observa pacientemente nuestros rostros en busca del menor signo de impaciencia, porque somos unos gruñones espontáneos y siempre podemos encontrar algo de lo que quejarnos sobre el funcionamiento del maravilloso mundo de la Administración. Tanta mala voluntad, ¡seguro que levanta sospechas! En cualquier caso, no te preocupes, los dispositivos del control social están ahí para rastrear nuestros más mínimos fallos: ¡supera al guardia de seguridad y el celoso asistente social te estará esperando a la vuelta de la esquina! Ya sea de los que sólo buscan atraparnos o de los que trabajan por nuestra salvación, lo que debe obtener de nosotros es la prueba material de nuestra voluntad de «integración». Todos esos expedientes administrativos que hay que elaborar, todas esas justificaciones que hay que aportar sobre nuestras maneras de vivir y de pensar no son más que dispositivos para reducirnos a la adhesión deseada a la ideología del poder, es decir, a llevar una vida funcional a las necesidades del mercado. Se trata de una mecánica en constante «progreso», como lo prueba la aparición de todos esos nuevos oficios (empaquetador en los supermercados, cerrador de puertas automáticas, responsabilizador-delator, etc.) cuya absurdidad sólo es comparable al grado de sumisión al que nos quieren obligar, y que hacen del policiaje y del lacayaje sectores en plena expansión de la economía posindustrial. Con el PARE (el «Plan d’Aide au Retour à l'Emploi» [Plan de Ayuda a la Reincorporación al Empleo], destinado a obligar a los «excluidos» reacios a reintegrar la miseria de la población asalariada) y su estela de contratos de esclavitud legal (¡primas bien merecidas para esos jefes siempre tan llenos de buena voluntad!), ya se apresuran a imponernos un mundo mejor en el que todo el mundo merece servir con dignidad y amedrentar con responsabilidad.
 
Siguen diciéndonos que cualquier intento de evasión sería fatal. Pero desde hace algún tiempo nos sentimos desintegradores, y nos reunimos para hacerlo saber. Cada dos martes, tomamos la ofensiva y volvemos a visitar todos esos lugares que han atormentado nuestras vidas desde hace demasiado tiempo. Próximamente: ASSEDIC o ANPE, CAF o empresas de trabajo temporal y muchos más… ¡Trae algo para espantar el hambre y pasar el rato!
 
NOS VEMOS EL MARTES 22 DE MAYO A LAS 14 HRS.
delante de la ANPE-Picpus (15 Bd de Picpus, Metro Bel-Air)
 
 
«Las llamas salieron por primera vez al escenario, como un efecto divertido que formaba parte del espectáculo. Algunos ya querían aplaudir y gritar bravo, cuando de pronto se dieron cuenta, bien por la palidez de sus vecinos, bien por algún rumor de espanto inaudible para el oído pero que el alma percibe, de que en efecto era una auténtica llamarada la que saltaba al escenario, una bestia, una bestia terrible que no bromeaba. Pero aún quedaban algunos que no sabían nada del tigre que había venido al mundo de repente y que ahora era el amo de la velada. Los actores sobre el escenario gritaron y abandonaron el terreno artístico, con lo que el público, a su vez, comenzó a aullar. En la galería surgió otro tipo de bestia inmunda: el miedo. Cada minuto parecía traer nuevos monstruos» (R. Walser).