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La acción neutralizante de ATTAC y la «izquierda de la izquierda» comienza a ser denunciada públicamente. Los autos del Ministerio del Interior llevan en sus costados, en letras cursivas, el subtítulo «Ministerio de la Ciudadanía». El Subcomandante Marcos marcha hacia la Ciudad de México con el proyecto exorbitante de participar en la creación —¡por fin!— de un verdadero Estado mexicano. Al mismo tiempo, todo tipo de organizaciones —AC!, DAL, Act Up— que habían encarnado una especie de revival crítico a principios de la década de 1990, ya que sus «acciones simbólicas» fueron ampliamente mediatizadas en su momento, se integraron en el proyecto de modernización ciudadana del Capital, es decir, se dieron por muertas. Y las contracumbres, a su vez, despiertan el aburrimiento de la misma gente que primero se aficionó a ellas, pues la repetición las ha reducido al rango de elementos pintorescos de un nuevo folclor inofensivo.
 
Todo esto significa que ha llegado el momento de aflojar la mordaza en la que la falsa oposición del Capital y su contestación han ahogado cualquier práctica de antagonismo violento. La solidaridad entre el «ciudadanismo» —que tal vez debería llamarse «bovismo» por tener rasgos tan específicamente franceses, pero también para subrayar su aspecto transitorio e inconsistente— y el Capital no se debe únicamente al hecho de que compartan el mismo lenguaje lluvioso, el de la economía, o a que el movimiento bovista esté controlado en última instancia por el Estado capitalista. Se debe principalmente al hecho de que juntos forman un dispositivo de contrafuego, de contrafuego preventivo — el contrafuego consiste, para circunscribir un incendio, en provocar otro, que está controlado, en la línea de progresión del primero. Al entrar en contacto con el contrafuego, el fuego pierde toda su fuerza dinámica y viene a morir ahí, sin encontrar nada en la zona de lo que pueda alimentarse; ya que todo se ha quemado. El contrafuego ATTAC, por ejemplo, simula la existencia de un descontento popular con la «dictadura de los mercados» para impedir cualquier expresión radical de descontento real. Pero sólo funciona si se oculta, y desde hace unos meses está saliendo a la luz.
 
En estas condiciones, la pregunta es: ¿cómo hacer para agregarnos, para crear una realidad ofensiva que se oponga tanto al Capital como a su pseudocontestación ciudadana? Una posibilidad sería redactar y hacer circular en los próximos meses —bastante antes de la contracumbre de Barcelona en cualquier caso— y a escala europea una plataforma que rompa con las posiciones dominantes del movimiento «antiglobalización». A partir de este texto y de los contactos que tenemos, nos corresponde ponernos de acuerdo con quienes, en Francia y en el extranjero, están interesados en organizar una serie de iniciativas anticiudadanas en los mismos lugares de la contestación ciudadana, es decir, en Barcelona en junio y en Génova en julio.
 
Un punto que podemos utilizar como palanca, y que además constituye la contradicción central de un discurso que ciertamente no carece de ellas, es que el ciudadano no existe. O mejor dicho, que no existe el ciudadano, sino sólo pruebas de ciudadanía. Pruebas que habrá que administrar a diario y sin fin, con la esperanza de una integración imposible en el nuevo proceso, cibernético, de valorización social. El adjetivo «ciudadano» viene aquí a sustituir al antiguo término «social» cuando la existencia de la propia sociedad es problemática, al haber sido efectivamente pulverizada por la incursión universal de la mediación mercantil. Manifestar la existencia de un polo no-ciudadano sería entonces el primer paso hacia la agregación de las múltiples fuerzas y las numerosas existencias que intentan sin cesar salir del estado de cosas actual, pero cuyo aislamiento conduce invariablemente de nuevo a él.