Exercices de Métaphysique Critique
Tiqqun. Órgano consciente del Partido Imaginario. Ejercicios de Metafísica Crítica (1999)
Zone d'Opacité Offensive
Tiqqun. Órgano de vinculación dentro del Partido Imaginario. Zona de Opacidad Ofensiva (2001)

Preliminar a toda lucha anticarcelaria

En cuanto se repite indefinidamente el mismo estribillo del canto antirrepresivo, todo permanece en su sitio y cualquiera puede entonar la misma tonada sin que nadie le preste atención.
Michel Foucault

1.


La lucha anticarcelaria no regresa como se fue. Y nosotros no llegamos a ella con inocencia, como si ignoráramos cómo fracasó en los años setenta.


2.


La función de la prisión en la economía general de la servidumbre es materializar la falsa separación entre criminales e inocentes, entre buenos ciudadanos y delincuentes. Esta «utilidad» no es social sin ser, al mismo tiempo, psíquica. Es el encierro y la tortura del prisionero lo que produce el sentimiento de inocencia del ciudadano. Mientras no se admita el carácter criminal de toda existencia bajo el Imperio, la necesidad de castigar y de ver castigado persistirá; y ningún argumento servirá contra la prisión.


3.


La separación entre criminales e inocentes es falsa. Invertirla no hace sino duplicar su mentira. Cada vez que, en la lucha contra las prisiones, presentamos a los presos como buenos tipos, como víctimas, reproducimos la lógica de la que la prisión es sanción.


4.


La frase «la prisión es el calabozo de la sociedad» es cierta, siempre que se le añada este corolario: no existe «la sociedad». No es «la sociedad» la que produce la prisión. Es, por el contrario, la prisión la que produce la sociedad. Al colocarse, al construirse como un afuera ficticio, se crea la prisión como la ficción de un adentro, de una inclusión, de una pertenencia. Que las técnicas mediante las cuales se gestiona el día a día de las metrópolis imperiales y el de los detenidos sean prácticamente las mismas, es algo que debe permanecer como saber exclusivo de los gestores. «Una prisión es una pequeña ciudad. Se duerme, se come, se trabaja, se enseña, se hace deporte, se va a misa. Sólo que la vida que ahí transcurre está bajo una coerción constante. En una calle hay tiendas, cines, etc. Y yo me preguntaba por qué no recuperar esa dimensión en la cárcel. Y cómo hacerla funcionar sin poner en riesgo la precariedad», dice uno de los principales arquitectos de las nuevas prisiones francesas. No sería prudente decir más.


5.


El silencio que rodea incansablemente el funcionamiento de las prisiones a veces nos obliga a hablar en nombre de los presos. Con ese sentimiento especial de estar «del lado correcto de la barricada». También se habló durante mucho tiempo en nombre de los obreros, de los proletarios, de los indocumentados, etc., hasta que comenzaron a hablar por sí mismos para decir algo muy distinto de lo que se esperaba de ellos. Esa falla es la ventriloquia política. Toda ventriloquia política nos coloca en un paréntesis confortable: sostenemos un discurso en el que, al no estar en juego, tampoco podemos ser cuestionados. Nos evita constatar que, bajo el Imperio, bajo un régimen de poder que no permite una exterioridad radical, toda existencia es abyecta en la medida en que participa, aunque sea pasivamente, del crimen permanente que es la supervivencia de esta sociedad. Si necesitáramos una causa justa para rebelarnos, ninguno de los habitantes de las metrópolis tendría derecho alguno, dada la ganancia que cada uno de nosotros obtiene a diario del saqueo universal. Y ningún estajanovismo militante, ninguna abnegación bastaría para expiar esta connivencia. Nuestra condición no es la de la clase obrera durante la primera «revolución industrial», que aún podía oponer a la moral de los consumidores, a la moral burguesa, su propia moral de productores. Nuestra condición es la de la plebe. Habitamos las zonas centrales del Imperio en medio de una abundancia indigerible de mercancías. Nos acomodamos cotidianamente con lo intolerable: una patrulla de policías armados en nuestra calle, un anciano que se duerme sobre una rejilla de ventilación del metro, un amigo que nos traiciona abiertamente y al que no matamos, etc. Entramos varias veces al día en relaciones puramente mercantiles. Y, salvo por nuestra mala conciencia, si nos damos los medios para una ofensiva, realizamos una forma de acumulación originaria. Si la pregunta fuera saber qué somos, es claro que no somos «los pobres», «los desposeídos», «los oprimidos», y esto en la medida exacta en que todavía tenemos la fuerza de luchar. Lo que nos une, en verdad, no es la rebelión ante el exceso de miseria que aqueja al mundo, sino un asco persistente por las formas de felicidad que éste ofrece. Nuestra posición es, por tanto, indigna, dispendiosa, esquizofrénica: la de la plebe, que no puede rebelarse contra el Imperio sin rebelarse contra lo que ella misma es, contra el lugar que ocupa en él. Ya no hay revuelta que no sea, al mismo tiempo, revuelta contra nosotros mismos. Ésa es la rareza de la época y el núcleo de todo proceso revolucionario de ahora en adelante.


6.


«La justicia penal está volviéndose una justicia funcional. Una justicia de seguridad y protección. Una justicia que, como tantas otras instituciones, tiene que gestionar una sociedad, detectar lo que es peligroso para ella, alertarla sobre sus propios riesgos. Una justicia que se encarga de velar por una población más que de respetar a sujetos de derecho» (Foucault). La prisión no está hecha para las clases peligrosas, sino para los cuerpos rebeldes. El milimétrico disciplinamiento de la educación burguesa o la obsesión por la comodidad propia de la pequeña burguesía planetaria explican, sin duda, la rareza de esos cuerpos rebeldes en ciertos ambientes y su escasa representación en el universo carcelario. A través de la prisión, como de tantos otros dispositivos, la civilización busca ahora gestionar su propia putrefacción para postergar, tanto como pueda, su derrumbe previsible. El Imperio le promete a todos los que no funcionan, a todos los que alteran, en cualquier lugar, la situación normal. Así es como la civilización espera sobrevivirse a sí misma: asegurando el confinamiento de los «bárbaros».


7.


Conocemos la prisión, la amenaza de la prisión, como obstáculo evidente a la libertad de nuestros gestos. La lucha contra la cárcel desde fuera, al volverla familiar, al liquidar el terror que la envuelve, debe romper ese obstáculo. Esa lucha busca suprimir en nosotros el miedo a luchar. Como se ve, no es una necesidad moral la que nos conduce al combate anticarcelario, sino una necesidad estratégica: la de volvernos colectivamente más fuertes. «La eficacia de la acción verdadera reside al interior de sí misma».


8.


«Lo que se dice es: ninguna prisión más. Y cuando, ante esa especie de crítica masiva, la gente razonable, los legisladores, los tecnócratas, los gobernantes preguntan: “¿Pero qué quieren, entonces?”, la respuesta es: “No nos corresponde decir con qué salsa queremos ser devorados; no queremos seguir jugando este juego de la penalización, no queremos seguir jugando este juego de las sanciones penales, no queremos seguir jugando este juego de la justicia”» (Foucault).


9.


La lógica revolucionaria y la lógica del apoyo a los presos en cuanto presos no coinciden. El apoyo a los presos obedece a una solidaridad afectiva, humana si no es que humanitaria, con todos aquellos que sufren, con todos aquellos que el poder aplasta; de ahí saca su impulso la labor de los católicos del Génépi [Grupo nacional de estudiantes para la enseñanza a personas encarceladas]. La lógica revolucionaria, en cambio, es estratégica, a veces inhumana y con frecuencia cruel. Apela a un tipo completamente diferente de afectos.


10.


En prisión, toda lucha es radical: en cada reivindicación mínima se juega la supervivencia o el aniquilamiento, la dignidad o la locura. Y al mismo tiempo, toda lucha en prisión es reformista, pues debe mendigar —incluso a través del motín— lo que le será concedido por un poder soberano que tiene entre sus manos la vida del detenido.


11.


En todas las revoluciones del siglo XIX —1830, 1848, 1870—, era tradición: ya fuera que estallaran revueltas dentro de las cárceles y los presos se solidarizaran con el movimiento revolucionario en el exterior, o bien que los revolucionarios acudieran a las prisiones para abrir sus puertas por la fuerza y liberar a los reclusos. En todos los casos, el camino más corto para acabar con las cárceles sigue siendo construir un movimiento revolucionario.


12.


No hay ningún exconvicto entre nosotros. Hay amigos que pasaron por prisión. El exconvicto como exconvicto —ese que, incluso fuera de la cárcel, sigue siendo el antiguo encarcelado— es una figura literaria, de novela policiaca. El prisionero como prisionero no existe. Lo que hay son formas-de-vida que la máquina penitenciaria busca reducir a la nuda vida, a carne almacenada pacíficamente. El mito de la celda expresa el sueño de tener frente a uno ya no cuerpos animados por razones irreductibles, afectos violentos o lógicas delirantes, sino trozos de carne inerte, en espera.


13.


Bajo el Imperio —es decir, dentro de la guerra civil mundial—, la amistad es una noción política. Toda alianza traza una línea en el enfrentamiento general, y todo enfrentamiento impone alianzas. Encarcelar a alguien es un acto político. Ir a liberar a un amigo, por ejemplo con una bazuca, como sucedió recientemente en Fresnes, también es un gesto político. Los presos de Action Directe no son políticos porque hayan sido encarcelados por haber luchado, sino porque siguen luchando.


14.


Tenemos amigos entre los presos, pero no únicamente. La lucha contra las cárceles no es la lucha por los presos. Queremos la abolición de las cárceles porque limitan nuestras posibilidades de alianza, al igual que la resolución de nuestras divergencias. Queremos la abolición de las cárceles para que puedan librarse libremente las verdaderas guerras, en lugar de la pacificación actual que eterniza la falsa escisión entre culpables e inocentes. Una vez más, se trata para nosotros de dividir la división.


15.


Una sociedad que necesita cárceles, no menos que una sociedad que recurre a la policía, es sin duda una sociedad en la que toda libertad está extinguida. A la inversa, una sociedad sin cárceles no es automáticamente una sociedad libre. Si se considera que la prisión se impuso como forma común de castigo apenas a inicios del siglo XIX, no faltan ejemplos históricos que lo ilustren.


16.


La brutalidad de los carceleros, la arbitrariedad de la administración penitenciaria y, en general, el hecho de que la cárcel sea una máquina de triturar a los seres: nada de esto escandaliza. Se admite que la función de la cárcel es doblegar a los cuerpos indóciles, domesticar a los «violentos». En comparación con la rueda, la hoguera o la guillotina, el encierro fue concebido desde el inicio como el castigo civilizado y civilizador. «El encarcelamiento es la pena por excelencia en las sociedades civilizadas», escribía P. Rossi en su Tratado de derecho penal, en 1829. Esperar es, en efecto, la virtud propia del ciudadano; y pedir permiso antes de cada gesto, el ABC de su educación. En la medida en que nuestra lucha es, de manera central, una lucha contra la civilización, es también lucha contra la prisión.


17.


En el combate contra la civilización, la cárcel es «el brazo que mata y la mano que manosea». Pero nadie puede sostener con seriedad que golpeando el puño se puede derribar al adversario.


18.


El razonamiento que dice que esta sociedad no podría seguir funcionando sin las prisiones y que, por tanto, al atacarlas se hace tambalear todo el sistema, es correcto en términos lógicos pero no lo es el términos prácticos. La cárcel no es «el eslabón débil». El debate recurrente sobre el anacronismo de las prisiones, en su fugacidad, nos recuerda ante todo esto: que dicho anacronismo es lo que garantiza la «modernidad» de todo lo demás.


19.


La cárcel es, en cuanto amenaza, uno de los medios que la civilización despliega para disuadirnos de frecuentar al salvaje que llevamos dentro, de abandonarnos a las intensidades que nos atraviesan. En esto ya se comprende que el enemigo no está del todo fuera de nosotros, que la civilización es algo sobre lo que tenemos una incidencia directa en la medida misma en que nos posee. Porque al final, la verdadera divergencia con los ciudadanos radica en esto: en que uno puede preferir la «barbarie» a la civilización.


20.


En realidad, en esta época de separación extrema que atravesamos, la lucha anticarcelaria es para nosotros, ante todo, un pretexto. No se trata de añadir un nuevo capítulo al martirologio de los militantes, sino de usar el proyecto de abolición de las cárceles como base de encuentro para organizarnos de manera más amplia. Así como el objetivo último de toda lucha dentro de la prisión es conquistar el espacio de autoorganización necesario para formarse como potencia colectiva frente a la administración, del mismo modo, para nosotros, se trata en primer lugar de constituirnos en fuerza, en fuerza material, en fuerza material autónoma dentro de la guerra civil mundial. La lucha anticarcelaria alcanza su apogeo cada vez que logramos burlar la represión. Triunfa ahí donde conseguimos arrancarnos la impunidad.


21.


Frente a la mentira de la civilización, tenemos razón. Pero «un mundo de mentira no puede ser derribado por la verdad» (Kafka). Toda la proliferación policial que nos rodea está ahí para impedirnos ese paso, para impedirnos convertirnos, poco a poco, en una realidad. Cada día se suma un nuevo dispositivo al entramado que ya aprisiona nuestra vida cotidiana. Se trata de domesticarnos, de rastrear en nosotros cualquier resto de potencia, de salvajismo. Cada día agachamos la cabeza, nos comportamos dócilmente, ante la relación de fuerzas descomunal que nos impone la avalancha de dispositivos; y por la noche nos felicitamos de haber sobrevivido. Pero no es así: cada vez que nos sometemos, morimos un poco. La cárcel es ese megadispositivo en el que no se deja de morir a pequeñas dosis, de morir a fuerza de sobrevivir. Si ocupamos juntos un espacio carcelario, no debe ser para volver a hablar de la prisión, del encierro, del aislamiento, sino para desplegar libremente, en una relación de fuerzas invertida, el juego entre nuestras formas-de-vida. Y mostrar que se puede hacer un uso totalmente diferente de nuestros cuerpos, y del lugar.

2005