El pequeño juego del hombre de Antiguo Régimen


con su kit de construcción


En primer lugar, lo que aborrecemos en lo pleno no es sólo la imagen de una sustancia última, de una compacidad indisociable; es también y sobre todo (al menos para mí) una mala forma.
Roland Barthes, Digresiones

1 apertura Las pequeñas subversiones provocan los grandes conformismos.

2 definición provisional El hombre de Antiguo Régimen es la figura de la subjetividad burguesa en el momento de su liquidación y de su vaciamiento por parte de la dominación cibernética, que surgió históricamente de esa misma burguesía. Difunta, la subjetividad burguesa se sobrevive indefinidamente a sí misma en el mito del individuo libre, autónomo y fuerte, seguro de sí mismo y de su mundo; mundo clausurado por valores y experiencias establecidas en las que nuestro individuo viviría plenamente, del mismo modo en que el consumo de cierto número de mercancías culturales le sirve como un sistema de referencias. De objeto de la crítica social durante todo el siglo xix y una buena parte del xx, el hombre de Antiguo Régimen ha pasado al estatuto de sujeto de la crítica, a favor de procesos de recomposición internos a la dominación mercantil, la cual exige actualmente el mantenimiento del hombre de Antiguo Régimen como una falsa alternativa al American way of life. Precisemos que aquí se trata de una forma-de-vida, y de ninguna manera de una clase asignable de individuos: la induciremos, por lo tanto, de nuestras inclinaciones singulares no menos que a partir del registro empírico de rasgos de carácter, de prácticas culturales, de sedimentaciones de hábitos, de osamentas institucionales que la justifican. El hombre de Antiguo Régimen funciona como una matriz de habitus posibles y socialmente producidos; se trata, para nosotros, no de criticar un «modo de vida», sino de colocarnos sobre un plano de consistencia que permita leer la realidad en términos de enfrentamiento ético y político entre formas-de-vida. No se trata ni de disecarlas ni de juzgarlas, sino de tomar la medida, material, de sus líneas de fuga y del espacio de juego que ofrecen. El hombre de Antiguo Régimen, por su parte, será ese Bloom especial que cultiva la salida fuera del mundo como sola y única línea de fuga.

3 método La figuración, es decir, la relación que mantiene el Bloom consigo mismo, carece de porqué; esto quiere decir que no es posible desatar la madeja de las fuerzas «psicológicas» y sociales que constituiría la esencia de una humanidad de Antiguo Régimen. Por esto, es tan ilusorio como inútil pretender decir qué «es» el hombre de Antiguo Régimen y nos contentaremos aquí con describir lo que le sucede, cotidianamente. El análisis sociológico y la crítica de la ideología, centrados en una comprensión de los intereses y de las estrategias reales perseguidos por los individuos así como en la voluntad de disipar los efectos sociales de ofuscación y de travestismo de esos intereses, a pesar de los esclarecimientos puntuales que ofrecen, penan precisamente en delimitar ese dominio de la incorporación del habitus, que no parece capaz de ser objeto de una justificación mediante un cálculo, incluso sutil, del interés social. El hombre de Antiguo Régimen sólo puede ser objeto de una descripción formal que actualiza tanto los mecanismos de defensa míticos de su arte de vivir individual como las instituciones políticas que presupone para perdurar, especialmente el monopolio de la violencia pública por parte de las autoridades llamadas estatales y su corolario, la publicidad burguesa, que interrumpe cualquier consecuencia real del pensamiento. La postura de Antiguo Régimen siempre existe únicamente como una modalidad interna al Nuevo Régimen Cibernético, como una liberalidad acordada por éste y tiene que entenderse, en los términos de la sociología burocrática, como una estrategia de distinción y de afirmación de un habitus no-bloomoso en la era en que el Bloom se ha vuelto el trascendental de todas las teorías críticas del ser social. Antes de ser una visión del mundo o una teoría particulares, el «discurso» de Antiguo Régimen es un dispositivo epistemológico que descifra la realidad por medio de un sistema de categorías clásicas y generales (el hombre, las pasiones, el interés, la historia, la acción, la negatividad, la diferencia, el Espectáculo, etc.), el cual, desde sus inicios, permite conjurar y neutralizar el acontecimiento reduciéndolo a lo ya-conocido. Además, permite al Bloom que juega con más o menos maestría al hombre de Antiguo Régimen pasar por alto su propia implicación singular dentro de aquello que le sucede; discutiendo así sobre todo lo que ocurre, se ampara de nunca pensar su propia situación. De esta manera, la pasión criticista que lo anima se traduce a menudo en el simple reflejo de la puesta a distancia: la fabricación de conceptos no es para él algo requerido por el acontecimiento que se trataría de pensar, sino por la denegación activa de éste, reduciéndolo a alguna esencia conocida.

4 un dispositivo encarnado El hombre de Antiguo Régimen es un tipo reactivo, tal vez el primero en la historia en ubicarse en el resentimiento integral, ya que no puede resignarse a cumplir el inevitable proceso de luto de los habitus culturalmente asociados al ethos burgués, bajo pena de condenarse a sí mismo. La experiencia real de la situación contemporánea le está prohibida, porque, profundamente autista en esto, él habla o más bien discurre sobre las avanzadas presentes del proceso involutivo de subsunción capitalista y sobre las costumbres que aquí se esbozan desde una posición de sobrevuelo, cuidadosamente segurizada por cordones sanitarios tanto policiales como lingüísticos. En ninguna circunstancia se deja llevar a la experiencia de la contaminación mediante esa realidad deshonrada, sino que más bien rechaza en bloque todo surgimiento de lo inédito, de aquello que no está validado por las formas clásicas de la existencia. En ello se juega su supervivencia pura y simple. En más o menos largo plazo, en efecto, esta forma-de-vida atenuada está condenada a desaparecer, socavada por la desaparición de sus condiciones de existencia y por el estrechamiento ineludible de su espacio de expresión pacificado. Políticamente, este deterioramiento se manifiesta en el terror en que vive este extraño ciudadano atemorizado, que añora el tiempo de su sometimiento a la soberanía limitada del Estado-nación, sometimiento que podía abarcar con un solo vistazo y del cual siempre podía huir refugiándose en su fuero interno, zona liberada, patria del Yo donde la ignorancia de sí podía presentarse sin dificultades como conciencia moral. Desposeído de su pequeño stock de anécdotas y violentamente extraído de su medio natural por el asenso de la soberanía acéfala, no-contractual y poco razonable del Imperio, el hombre de Antiguo Régimen se ha dejado timar por la Historia y, despechado, presenta su factura; constatamos así en Francia desde hace algunos años la constitución de un partido o de una movida político-intelectuales de Antiguo Régimen, que hacen el intento de rescatar algunos buenos viejos mitos tales como la República, la Escuela o la Autoridad, a la sombra de los cuales esperan seguir viviendo. Pero su moneda ya no tiene curso, y el punto de vista de Sirio ya no tiene éxito. El hombre de Antiguo Régimen está pues reducido a hacer existir biográficamente su dispositivo teórico de neutralización y ofuscación, donde se oponen abstractamente lo que él llama el «fanatismo por la movilidad», la modernidad, la ideología dominante del juventismo festivista, del progreso, de la velocidad, de la flexibilidad y de la tabla rasa, en resumen, de la feliz globalización tan entrañable para los «liberales-libertarios», y cierto número de posturas y de conceptos valorizados como la crítica, la reflexión, la autoridad, la lentitud, el conservadurismo, el «anarquismo tory», la República tan entrañable para los «bolcheviques-bonapartistas», el respeto hacia el pasado, el tradicionalismo, la literatura, la habilidad discursiva, etc. Pero la partida en la que pretende comprometerse apasionadamente está en verdad de antemano jugada. Las aseveraciones, posiciones, tesis y análisis que fingen enfrentarse aquí son siempre-ya conocidas por todos y de ningún modo sirven para esclarecer la realidad sino que actúan como señales de reconocimiento, de prendas de pertenencia y de rieles retóricos. Son gimmicks, trucos de prestidigitador de feria. La ofuscación consiste aquí en volver a jugar eternamente la oposición conservadurismo/progresismo, cuyos términos siempre son únicamente dos variantes de una misma tesis antropológica, la de la pacificación, que postula al hombre como ser-social-que-vive-en-sociedad. Y esto a fin de naturalizar un dispositivo que representa uno de los contrafuegos principales para tapar la realidad humana en cuanto guerra civil.

¿Quién puede creer que este mundo sea digno de amor? ¿Para qué amar aquello que se arroja por sí solo al odio? Ni siquiera Dios consigue hacerlo, se resigna a dejar que el Infierno subsista.
Bernanos

5 gimmick Uno de los gimmicks favoritos del hombre de Antiguo Régimen es la afirmación declamatoria de su exterioridad militante con respecto a «este» mundo, de su irreductibilidad con respecto a la cultura llamada «de masas», al bloque de la alienación dominante percibida como horizonte insuperable de todos los posicionamientos humanos; en el fondo, este reflejo no expresa más que el fetichismo de una quimérica extrañeza con respecto al mundo que se busca, por ejemplo, en la práctica de perpetuas y patéticas medidas de higiene misántropa o incluso «escisionista». En razón de la bochornosa tendencia histórica a la pacificación centralista que ha marcado desde hace mucho tiempo al Estado francés y que ha producido la psicología ciudadana que conocemos —la del sujeto que cree encontrar su libertad en el buen funcionamiento de un Estado que toma a cargo todos los aspectos políticos de su vida—, la postura de Antiguo Régimen depende de manera privilegiada de una cierta tradición claramente de nuestra cosecha, que se puede hacer remontar a los libertinos «antimonárquicos» y que continúa hasta el situacionismo maurrasiano y alimentario de hoy, pasando por los católicos reaccionarios, los heideggerianos de todas las obediencias, el anarquismo de derecha, los «húsares» y otros sollerso-célinianos. En última instancia, se tratará siempre de hacer valer un derecho de reserva, un derecho a la emigración interior. Hoy en día, todas estas fracciones son sujetadas en un vasto movimiento de recomposición de los frentes y buscan aliarse con la movida liberal-humanista para escapar de la alternativa histórica entre el Imperio y aquello que se le escapa.

6 una personalidad de oro El hombre de Antiguo Régimen es siempre, a pesar suyo, un puritano liberal, aun cuando juega a envolverse en las figuras pasadas del libertino, del vividor, del héroe, del bandido, del rebelde, del estratega, del novelista, o incluso del sabio adepto a la ataraxia. Son aquí unos de tantos papeles que él domina de manera suficiente como para que provoquen ilusiones. Lo impuro, la violencia, la subversión, lo negativo, lo sagrado que disfruta a veces invocar, no son en él objeto de una experiencia o de una práctica reales, sino que son sólo unos de tantos pretextos para infinitas ruminaciones literarias. De manera general, toda la experiencia del hombre de Antiguo Régimen está fuertemente estructurada alrededor de la referencialidad, no aquella, vulgar a sus ojos, de la mercancía, sino aquella, más neutra a priori, de la cultura. Al igual que sus hermanos-Bloom malqueridos, se ha comprado una panoplia; sabe bien que está al alza en el mercado cultural del perfilaje de subjetividades. A pesar de todo, el lujo sigue siendo una producción bastante francesa en el seno de la producción mundial de subjetividades.

7 pequeña letanía (ejemplo de panoplia) Modo de producción festivista moldear nueva humanidad / policía sanitaria de Bruselas congelar vida cotidiana / «principio de precaución» = teología mórbida / desaparición del Mal, por lo tanto del Bien, del Pecado Original, por lo tanto del goce de pecar / fin de lo Sagrado / festivismo juvenil = continuador del fascismo / mutación antropológica haber ocurrido ya / decadencia irreversible del espíritu crítico / deslizamiento de las poblaciones hacia lo onírico / toma de poder del principio de placer / anulación de todas las separaciones estructurantes que abrían al mundo adulto / voluntad difusa de recuperar el estado de inocencia anterior a la Caída / abolición del Conflicto / creación = subversión de economía mixta / retorno del género humano a la vida animal / deseo: puramente utilitario, mecánico a partir de ahora / retorno de la Cultura a la morada de la Naturaleza / enjuiciamiento del Antiguo Mundo, de la historia / «Porque la vida es esto. Algo que continúa, con su mezcla de buenos y malos, es lo que hoy se ha detenido» / cambio de función de la literatura: no ya reflejar las contradicciones del ser humano, sino celebrar un neohumano liberado de la contradicción (valores de ciudadanía, de convivialidad, de paridad, de fraternidad) / nuevo imperativo del Bien ciudadano / sustitución de lo negativo por la autonegatividad intersubjetiva / ya no hay realidad / desaparición de lo concreto bajo las palizas de lo Universal / tiranía de los buenos sentimientos, de la transparencia, de las agelastas / salvación por medio de la literatura / «vomitar será pensar» / ¡viva la aristocracia del pensamiento crítico! / borramiento lúdico de las diferencias / opresión informacional / reencantamiento poético-mórbido del espacio público / romanticismo fusional de la comunidad / victimocracia / el yo como bloque de autenticidad, como prueba, como obra / supervivencia triunfante de la vida / proceso de alineación de las provincias / resurgimiento de la mentira romántica / museificación de las ciudades / cambio de naturaleza del concepto de acontecimiento (¡inversión del sentido!) / fin paródico de la división del trabajo (¡que cada uno permanezca en su lugar!), del dinero, de las clases y de tantas otras cosas aún / desmoronamientos en todos los géneros / lectura = acceso a la vasta experiencia humana antiespectacular, a la verdadera conversación / lectura = terminada / añoranza de la auténtica publicidad burguesa y de lo que le compete (salones) / «los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres» / borramiento de la personalidad / falso sin réplica / presente perpetuo / miserables contemporáneos cada vez más separados de las posibilidades de conocer experiencias auténticas / devenir-pseudo del mundo y de las cosas / necesidad de descubrir las preferencias individuales propias / criticar en primer lugar la negación consumada del hombre.

8 civilidad Tal «sensibilidad» de Antiguo Régimen, que se remite a formas-de-vida del pasado que han mostrado su valía, sólo puede surgir, teóricamente, e incluso literariamente, cuando lo antiguo se reconoce como antiguo y se ha separado del proceso histórico: las formas vivas no se conocen como tales, sólo se dejan evocar en el recuerdo, una vez caducas. Es de este modo como la postura de Antiguo Régimen se destapa como íntegramente liberal: procede de una elección fundamental en favor de una segurización «museal» del pensamiento, evidentemente inconfesada pero siempre de nuevo justificada culturalmente, y por lo tanto se desenvuelve intrínsecamente en la esfera de la representación, aunque nadie invoque su apego a lo «real», a lo «concreto» de modo más insistente que el hombre de Antiguo Régimen. De hecho, se trata de una de esas pequeñas mitologías contemporáneas que, como las demás, busca adquirir su patente antropológica. Nada aquí más que un jueguito lingüístico, en el que nuestro prestidigitador derriba valientemente unos tigres de papel salidos de su sombrero y, «con la Historia que se acabó» como todos saben y con el desafío nulo, se revela ser un sapo posmoderno como los demás, nadando, sin embargo, en la suficiencia de su dignidad crítica. Es un Bloom civilizado, y que uno ha civilizado.

9 una herencia que hay que cultivar El hombre de Antiguo Régimen pasa la mayor parte de su tiempo jugando al héroe cansado de los Tiempos Modernos que, al no tener ya la fuerza para quererse a sí mismo, se contempla indefinidamente desde una postura heredada. Esta herencia es la asunción inestable de todas las viejas líneas facticias de repartición que producen a ese ser acogedor que es el ciudadano moderno, que habita para bien o para mal su inexperiencia del mundo. Persistiendo, debido a una mala fe católica, en un paradigma psicologista caduco (¡Balzac sobre todo!), el hombre de Antiguo Régimen busca por todas partes las pruebas de la Comedia Humana a la que se había encariñado, mientras que se encuentra sumergido en la Farsa bloomesca, perdido y despistado. Le encantaría ser Descartes o Casanova, cuando no es más que es el despreciador mórbido del entretenimiento social, el cartógrafo de sus propias renuncias, el heraldo de lo negativo encantador, que trabaja haciendo de su pasividad un bello librito de lucidez crítica, perfecto para las fiestas de fin de año (tu hijo mayor nerd lo adorará, ¡ya lo verás!). En cualquier circunstancia, no tiene la talla del traje que lleva puesto.

Cuando la humanidad ha alcanzado esta fase en que cada progreso, cada nueva invención, empuja inevitablemente a los hombres a una inhumanidad más profunda, el lenguaje también se degenera rápidamente, y cualquier pacto se vuelve imposible.
J. Semprun

10 una autoridad alardeada La innegable atracción que uno puede experimentar en el juego de la nostalgia trágica, de hacer de la sensación melancólica del derrame y la irreversibilidad del tiempo el alfa y el omega de toda reflexión crítica sobre la existencia y el curso del mundo, lleva consigo el riesgo de la charla autista, el riesgo de encerrarse en una postura que acaba por volverse odio a lo que está ahí, a lo que está jugándose. Cuando la realidad ya sólo se devela como decadencia de una grandeza pasada, se tiene toda la facilidad para dárselas de resistente: se juega sobre terciopelo. Lo que reprendemos en el hombre de Antiguo Régimen no es pues que tenga en el fondo tan poca experiencia, pues ésta es aquí una condición que nos es ahora común a todos, sino más bien su manía pueril a interrumpir el juego mediante el funcionamiento represivo de la experiencia alardeada, de la que hace uso como un perpetuo argumento de autoridad. En última instancia, su infantilismo al cuadrado quizá sólo se motiva por el hecho de que se turba, de que rechaza acceder a la experiencia de la conflictividad presente fuera del marco civilizado específico de su clase.

11 un poco de psicología La posición del hombre de Antiguo Régimen es insoportable, ya que su crítica, fundada en el odio así como en la voluntad de desconocimiento de la conflictividad y de las experimentaciones en curso, sólo posee, finalmente, un fundamento reactivo: la incapacidad visceral de vivir en este mundo y la pura voluntad de diferenciación que de ello se deriva. Descartes o Casanova fueron los hijos grandiosos de su época, cuando nuestro hombre no tiene más que un solo anhelo: ya no ser de este mundo, y encontrar malas razones para esta huida. Es por eso que las descripciones críticas hechas por tal o cual hombre de Antiguo Régimen siguen siendo literarias, como con una firma de ultratumba, transmutando el material de la abyección que sólo se dedica a nombrar en panfleto de risa, en vanidad barroca sobre la vacuidad de la vida aquí abajo, en pequeña enciclopedia de sus desórdenes alimenticios o incluso en sublime tumba de una época que por sí sola salvaría una biografía meritoria. El gesto del hombre de Antiguo Régimen reproduce así el gesto clásico de las religiones: la creación de un trasmundo.

12 ¿dónde está el cuerpo? Así pues, parece que la sensibilidad del hombre de Antiguo Régimen no es otra cosa que el otro término de una oposición facticia, aquella que la vuelve tan profundamente solidaria de la falsa consciencia ilustrada del hipsterismo: bajo la vana agitación superreferencial del posmoderno ajetreado y bajo la morgue desilusionada del tradicionalista autoproclamado, existe la misma incapacidad —idealista— a partir de sí, de su propia forma-de-vida, de sus deseos y medios actuales (y no hipotéticos o encantatorios), a ganar terreno para entender lo que está en juego, de qué se trata todo esto, a saber salir de la parálisis. En el seno de una sociedad capitalista que no solamente integra la crítica sino que la hace funcionar en su beneficio, de lo que se trata es más bien de alimentar el espesor de una corporeidad crítica que tenga un asidero efectivo sobre lo real antes que discurrir sobre las razones de su impotencia. Ahora bien, a esos dos hermanos-enemigos, que necesitan tan trágicamente el uno del otro para existir cada uno como reverso del otro, que hipostasian respectivamente un principio de placer y un principio de realidad de igual forma abstractos, que viven dentro de un imperio de signos que se encarnizan uno en surfear y otro en deconstruir, les hace falta una real presencia en el mundo.

13 pasamanos Condenado a estar perpetuamente a remolque de aquello que no puede más que denunciar, movido por un incansable resentimiento ante la pérdida presupuesta de aquello que creyó poder algún día, el hombre de Antiguo Régimen se agota en la tarea sísifica de repudiar a primera vista, de hacer pasar su impotencia real por una consciencia superior e inatacable. Esta manera de intentar siempre la transformación del plomo en oro, esta crítica autorizada del espectáculo, esta vida de segunda mano, está a punto de convertirse en la más concurrida de las mercancías culturales y hace del hombre de Antiguo Régimen uno de esos consumidores cualificados, exigentes y quisquillosos que no se dejan dar lecciones. Ha pagado por su lugar en el barco de la modernidad; no debería tener que mirar en los bastidores, y tiene derecho por tanto a quejarse cuando el barco se hunde. La subjetivación mediante la queja específica del creyente, se ha secularizado en él como consumismo crítico.

14 el crédulo tacha El capitalismo cibernético se presenta como un proceso cada vez más idealista de reformateo del mundo, cuyo objetivo consiste en extraerle «valor informacional». Entre otras cosas, pone a trabajar la consciencia de no dejarse engañar, esa voluntad engreída de no ser un crédulo que el hombre de Antiguo Régimen comparte. Toda contestación discursiva o parcial se introduce así en lo Integral y contribuye a reforzar el sistema haciéndolo más impermeable a la crítica en acto del proceso. Éste tiende de este modo a generalizar la falsa conciencia ilustrada, haciendo a sus administrados cómplices del proceso de normalización cibernética en curso, con el fin de inmunizarlos contra cualquier posibilidad de salida real del Programa. No importa lo mucho que uno guiñe el ojo o levante los brazos al cielo, uno sigue siendo una maravillosa muestra pequeña de humanismo gruñón. A medida que todo se vuelve enunciable y criticable, ya nada puede suceder. Así, durante la noche, los no-crédulos deambulan. Y son siniestros. La postura de Antiguo Régimen es un dispositivo de neutralización de la experiencia pasada por medio de una coagulación de esta última como valor referencial. Así que nuestro hombre (además de su jardín, de sus humanidades y de su identidad) cultiva cuidadosamente la práctica de la pequeña diferencia, del ligero desvío, de la calumnia diminuta, buscando siempre burlarse de aquello que él nombra desdeñosamente lo Espectacular integrado, el Gran Lo Que Sea, la sociedad hiperfestiva, la abyección presente o, más grave, aquello que él ve como manadas de fanáticos de la alienación que evolucionan en la parte más profunda del abismo (ante las señales «portátil» y «patines», hay que rechinar de manera conspicua los dientes) siempre para camuflar su irreductible apego a eso mismo que él vomita en la superficie, a ese poder odiado pero secretamente deseado, puesto que lo hace vivir con completa despreocupación. Si el hombre del Antiguo Régimen está enfermo hasta la agonía es porque gira en contra de sí mismo, en un proceso automático de parálisis progresiva de sí mismo, toda la energía movilizada para producir «conciencia». Desastrosa huida hacia delante aquella de la autofagia que se prohíbe toda acción porque ésta estaría a priori «contaminada» por la influencia del poder. En todos los lugares en que algo de poder circule, en que unas relaciones humanas se experimenten en el anonimato y la opacidad, por ejemplo entre esos cretinos tecnoides de los que no deja de reírse, él no podrá captar ni entender nada, y lo reducirá al poder beatificante o alienante de «la época», de la moda o de los medios masivos de comunicación. Si puede ver cómo una de las modalidades presentes de la dominación es el entretenimiento social autoritario, el hombre de Antiguo Régimen permanece atado a la hipótesis represiva (al mismo tiempo que se burla fácilmente, pero por malas razones, de los intentos de «liberación» izquierdistas), lo cual le permite colocarse, a través de una simple puesta en distancia, como individuo que resiste al proceso de «deshominización» inducido por la «mutación antropológica en curso», como individuo irreductible a la confusión de todo, como individuo refractario a un poder social total fantaseado. Fácil truco de magia. Simple juego de lenguaje. Solidaridad del poder y de su crítica, a través de la denegación frenética de cualquier línea de fuga distinta a una política del trasmundo. Lo cual, por cierto, admite de buena gana: él es solamente el espectador de primera categoría del colapso, el cronista distanciado del curso del desastre, el reportero aventurero de los bordes del abismo.

15 de la importancia de ser consciente Espectador idealista que esquematiza a primera vista todo dato empírico por medio de lo raquítico trascendental de la sedimentación de la experiencia pasada, que, además, sólo ha conocido poco, nuestro huérfano de un sentido de la Historia, que se refiere incesantemente a la función paterna, al orden simbólico, al principio de realidad, a una hipotética historia que habría tenido lugar pero que ahora habría terminado, se parte la espalda denunciando abstractamente (¡atención!: ¡kit de construcción!) la confusión semiótica, la indiferenciación sexual, el reformateo digital de la experiencia, la mercantilización global del mundo, el control panóptico-festivo, la generalización de la moneda viva en las relaciones sociales estándar, la policía sanitaria que regula la vida cotidiana, sin nunca estar de acuerdo con que aquí se trata de una crítica de la sinrazón de la época, y que a los hombres les bastaría con tomar conciencia de los desajustes estructurales en marcha, con usar el buen sentido para que todo vaya mejor en la más bella de las common decency posibles. La estética del desastre, de la catástrofe y del colapso (que siempre-ya han tenido lugar) se transforma casi automáticamente en un refuerzo de la buena voluntad crítica, contribuyendo así al triunfo de la ideología ciudadana de las formas-de-vida asistidas, pero conscientes. Pero estos jóvenes, me dirán ustedes, ¿son perfectamente conscientes?

Los chicos que nos rodean, sobre todo los más jóvenes, los adolescentes, casi todos son unos monstruos. Su aspecto físico es casi aterrador, y, cuando no lo es, es fastidiosamente triste. Horribles melenas, cabelleras caricaturescas, tez pálida, ojos apagados. Son las máscaras de alguna iniciación bárbara, pero bárbara de una manera plana. O bien son las máscaras de una integración diligente e inconsciente, que no despierta la compasión.
Pasolini

16 galería de retratos Todas las formas tradicionales de la autoridad y de la supervisión han perdido visiblemente parte de su aura y han sido degradadas en las posturas del experto, del técnico, del político, del asesor en victimología; el hombre de Antiguo Régimen, por su parte, ese doctor en nada, ese estratega siempre vencido, ese profesional de la lengua, se reduce a imitar al alegre posesivo, al anarco-poujadista, al páter benévolo y huraño, al cínico razonable, al hombre con juicio infalible, al angelito que mira hacia el abismo, al humanista de buen carácter pero inquieto, al hombre honesto de los barrios bajos, al vendedor bromista pero que no pierde la cabeza, al anarquista de derecha o, más corrientemente, al realista político de los afectos. Como los demás, él desempeña un papel, un papel de composición, exigido para el mantenimiento del decorado del espíritu francés. Pero se distingue de éste por su estrategia, la cual consiste en oponerse a la abyección de hoy a través de la de ayer, sin siquiera buscar penetrar esta abyección en su concreción, sino exorcizándola, rechazando captarla. Invariablemente, toda su sabiduría se resumirá en esa dialéctica miserable de la falsa evidencia y de la puesta a distancia: por supuesto (que Dios y el hombre hayan muerto, que la mujer no existe, que la transparencia reina, que el mundo está podrido, que los niños y los seres híbridos han tomado el poder, que el control opera, que el dispositivo gobierna, que el mundo gira), pero ya ve usted (señora mía), es así, y usted lo sabe, siempre ha sido así y siempre será así; todo va de mal en peor, pero para nosotros, los de antes, ser conscientes de esto, no ser como esos zombies urbanos que nos cruzamos, es esencial, sin grandes esfuerzos, ¿no es así?, y es por eso, dicho sea entre nosotros, que su hijo no tiene bolas.

17 un hombre de interior El hombre de Antiguo Régimen es alguien que no se divierte de verdad, que, con una sonrisa disimulada, ha elegido la pequeña falsa consciencia de aquel que cree saber mucho más, y que se conforma con ello. Todo lo que no logra entender, lo arroja a los dos basureros conceptuales de los que hace un uso extensivo y manifiestamente defensivo: estupidez y barbarie. Cree que la urbanidad, el tacto, la educación, la cortesía antes que nada y las buenas maneras constituyen un legado que nos fue transmitido, y que nos bastaría con preservarlo para protegerse contra la barbarie mercantil. Practica un falso pathos de la distancia, que devuelve a cada uno a su sufrimiento propio, pathos que no incrementa su potencia sino que lo vuelve un intocable, literalmente. Incesantemente prevé lo peor, lo cual ni siquiera necesita que se produzca; de hecho, desea lo peor, no para él mismo, sino porque, sea como sea, sólo lo peor le permite subsistir en su posición de semiretirada desilusionada, amenazado como se encuentra por aquello posible que cambia radicalmente la situación y reside, siempre-ya ahí, en suspenso, entre los cuerpos. Pero para liberarlo, haría falta que baje de su pedestal, que abandone una relación con el mundo hecha de suspensión, de interrupción y de interiorización, que deje el altar de la racionalidad sustancial ante la cual salmodia hasta el hartazgo así como esos pequeños placeres refinados de los que es abogado y que ciertamente son sólo los de la sumisión reivindicativa.

18 un hombre en guardia El hombre de Antiguo Régimen es la conciencia desgraciada de nuestro tiempo, que ha terminado por amar su desgracia, que incluso se deleita con ella y la toma por alimento. Si se apura tanto para hacer uso del garrote «alienación» para descalificar cualquier gesto mínimamente extático, es porque se muere de despecho apenas se suscita el acontecimiento; ya que éste lo envía de vuelta a su soledad solipsista, a su modo de vida de antesala, contemplativo y amargado. Resulta doloroso percatarse de que el hombre de Antiguo Régimen retoma la mayoría de los conceptos de la antigua teoría crítica en el momento preciso en que éstos dejan de ser operativos, pero experimenta siempre algunas molestias por el concepto de separación. En efecto, no logra asir la concomitancia de la extrema separación y del extremo desasimiento fusional de los Bloom en el espectáculo del entretenimiento social, porque la separación es precisamente la cifra de su solidaridad inconfesable con el Bloom, el punto ciego de su conciencia de sí mismo no obstante tan solicitada. Del mismo modo, su oposición a la movilización transparencial por parte del Capital informacional o al infame elogio de la confesión como valor en sí, se lleva a cabo por motivos reactivos: el hombre de Antiguo Régimen no invoca el secreto más que como fetiche y no lo practica en una opacidad verdaderamente antisocial, porque es incapaz de alcanzar la menor compartición y de interrumpir su suspensión adquirida culturalmente. Hombre de la moderación existencial, pone a trabajar su histeria de retención. Es, definitivamente, un victoriano de tipo anal; lúcido, se está cuidando. Pero, ¿para qué?

19 el uso documentado El hombre de Antiguo Régimen actúa y se vive en la óptica fantasmática de la posteridad, de acuerdo con la figura de una soberanía simplemente literaria. Si siempre-ya lo ha comprendido y previsto todo, que todo le parece haber sido hecho o intentado ya, es porque él está siempre-ya comprendido en el pequeño círculo de la razón de sus renuncias: por esto, su actividad es principalmente de orden lingüístico; la teoría crítica se vuelve en él análisis del lenguaje de una sociedad rápidamente calificada como totalitaria, al tiempo que se escuda en una actitud gruñona de no-participación condescendiente. Le basta con poner el mundo a distancia al declararlo nulo y sin efecto por exceso de vulgaridad. El imperativo inconfesado sigue siendo aquí el puritanismo del buen uso (de la lengua, de los afectos, de los objetos, de los alimentos, de la mente crítica, en resumen de su «oficio de hombre» en general), en cualquier lugar y en cualquier momento. De lo que se compone el hombre del Antiguo Régimen es sólo, en última instancia, de la teoría radical del ciudadano, bajo infusión de enciclopedismo decimoctavista y de corrección ortográfica. Cualquier emergencia de una práctica ofensiva será entonces acusada de desvío de uso, versión civilizada de la noción policiaca del arma improvisada. A nuestro «hacemos esto», él opondrá siempre su patético «¡¡no, eso no se hace!!»

Siempre me gustaron los interiores […], las costumbres íntimas, el detalle de las casas: un interior nuevo donde penetraba era siempre un descubrimiento agradable para mi corazón.
Sainte-Beuve

20 no lo toques, colega En el hombre de Antiguo Régimen encontramos un rechazo absoluto a la «monstruosidad» una denegación feroz de la impropiedad en cuanto tal, en resumen: una motivación de todas las formas sutiles de política identitaria tautológica e infantil que opera en su psicología de tocador, y que Barthes en su tiempo había establecido magistralmente en nombre de la mera filosofía del buen sentido pujadista: el hombre de Antiguo Régimen es también, pero no en primer lugar, el pequeño burgués blanco, macho y esnob, que le teme a todo porque él no es nada y no sabe hacer nada. Lo que él opone al Biopoder es simplemente una versión menos up-to-date de la normalidad, el olvido de los cuerpos más que su neutralización. La mentira de la afirmación de un sentimiento no vacilante de la realidad y de su permanencia se basa en una confusión fatal entre el sentimiento de lo propio afirmado al público en general (únicamente por reacción contra la masa fantasiosa de lo impropio por excelencia, la mercancía y su corolario cultural, el mestizaje) y el de la sustancialidad verdadera como sedimentación de posesiones sucesivas, en el sentido en que gestos, acciones, conflictos toman posesión de nosotros y nos vuelven más espesos (lo cual es completamente contrario a la pesadez). La bella completitud que lleva como un estandarte delante suyo proscribe cualquier comunicación con el hombre de Antiguo Régimen: nos encontramos aquí con su ideal de la separación consumada, que permite relaciones previsibles y seguras: entre personas de buena compañía —¿no es cierto?— ¡nadie se toca! Él vive así con el miedo paranoico de que llegue a estallar la mentira constitutiva de una construcción «estable» de sí proyectada hacia el exterior en una pesadez que impide cualquier transmisión verdadera de experiencia. Como el resto de sus fantasmas, su paternalismo alardeado es absolutamente hueco ya que no tiene nada que transmitir, no poseyendo ninguna habilidad verdadera, ningún saber-poder, si no es su postura y sus referencias, que le permiten, por algún tiempo todavía, poder prescindir del mundo. En consecuencia de lo cual, el hombre de Antiguo Régimen vive en un universo cerrado donde siempre se encuentra únicamente consigo mismo y con sus similares, sistemas de referencia infelices y ambulantes cuyo espacio de libertad se limita cada vez más a algunas exposiciones, librerías y cajeros automáticos. Y cuando tiene que quejarse de algo más que del curso del mundo, recurre a las autoridades. Es todo un mundo cronometrado el que rezuma de su persona, aquel de la acumulación de las contradicciones psicológicas que socavaban al burgués clásico del siglo xix (hipocresía, frustración, inexperiencia, neurosis, comedia social, odio al otro, avaricia, misoginia, narcisismo, fijación anal, mediocridad, racismo, el-qué-dirán, terror constante al ridículo, al desborde obsceno, autoritarismo suficiente, culto al «estilo»; ¡ojo: lista no exhaustiva!).

21 pesado, pero no espeso Toda una economía de la nostalgia de los orígenes está en marcha en su discurso: lo originario fantaseado, incluso situado históricamente, tendría más valor que lo impuro, lo tardío, lo compuesto, lo terminado, el elemento intrínsecamente alienado dentro del cual evolucionamos. El hombre de Antiguo Régimen quiere (o declara querer, lo que en él es idéntico) una restauración (de la presencia, del sentido, de lo real, del Padre, de Dios, del Rey, de la República, del hombre, del orden, de la separación), en resumen, una restauración precisamente de esas grandes narraciones idealistas que por mucho tiempo permitieron impedir masivamente cualquier acto de soberanía singular o colectiva. Es subsecuentemente ese hombre pesado, gaulliano, paralítico, universalista por defecto y regionalista en virtud de la guía Michelin, incapaz de salir de los meandros de una política de lo pleno, de una praxis indexada sobre pesadas máquinas teleológicas (claro, sin grandes esfuerzos). Cita: «Que sople en la oreja de los conservadores: el tiempo se está acabando».

22 política de comillas El hombre de Antiguo Régimen emplea mal la noción de mayoría, como todos los herederos; porque es la que él moviliza permanentemente en contra de la menor amenaza de exceso o de desbordamiento, aparte de algunas formas culturalmente admitidas (embriaguez, sexualidad, escisión, y más). La defensa de la herencia («Ya nada o casi cada puede ser juzgado, a partir de ahora, con el vocabulario y las palabras de antes. Habría que poner comillas a cada palabra, como quien las toma con pinzas») no es una mala cosa en sí, no más que el sentido histórico del que asegura ser el último poseedor. Si como todos nosotros, llega tardíamente, cuando el mundo es viejo y pesado con todo lo posible no-realizado de la historia, este nacimiento tardío adquiere en él un acento moralizador, un barniz estilizado, una estética de sonrisa burlona, una ética de la sumisión veleidosa. Autoridad y disciplina siempre se manifiestan en él tan sólo como represión, y no como verdadero dominio de sí que incluye el abandono. Ciertamente, nada más justo que su crítica del estado de minoría histérica dentro del cual se complacen aquellos que han sido socializados por el capitalismo normalizador, pero tal crítica no es nada si no es practicada, por así decirlo, continuamente, como incremento real, cotidiano, de potencia. Como medio de diferenciación y como coartada no sólo es patética, sino auténticamente infantil.

23 crítica y expresión La postura de Antiguo Régimen corresponde a un pathos a priori aliado, aunque sólo sea objetivamente, del proceso de normalización que ella rechaza, puesto que nunca identifica al enemigo verdadero, esa monstruosa coalescencia de dispositivos locales que regulan y restringen cada vez más aquello que materialmente es posible hacer, y sólo ataca algunos señuelos graciosamente puestos a su disposición (la modernidad, la alienación, el Capital, la globalización, el Espectáculo, etc.). La verdad es que parece evidente que la gratificación social es tanto más superior por aquello que se puede declarar ser, hacer o pensar que esto encaja fácilmente en los mecanismos míticos de la individualidad (¡siempre libre!) que rigen la publicidad burguesa, sin nunca arrojar consecuencias. El hombre de Antiguo Régimen, que apela a la negatividad, a la lucha por el reconocimiento, al deseo, al mal (en literatura u otros lados), a la culpabilidad o incluso al secreto sigue siendo así realmente el único heredero de la práctica vanguardista, a pesar de que él la rechace, de las consignas. Se deleita con su confortable «libertad de expresión» a la vez que prueba las delicias de la «malpensancia», en el momento en que, por diversión, uno puede incitar al asesinato en las gacetas cuando ya no está permitido dar un paso en falso en el metro. La crítica sin eficacia, es decir, la capitalización de la conciencia, tiene su origen en la libertad de opinión, ese lujo que la burguesía se ha dado para amueblar el aburrimiento de sus domingos por la tarde y que, de ocupación para los más «despiertos» de sus niños en su origen, se está convirtiendo en el buque insignia de nuestra industria semiótica. Ciertamente, esta crítica puede ser útil a escala local ya que en ciertos casos bastante precisos la posición de sobrevuelo propia del hombre de Antiguo Régimen le permite esclarecer y nombrar los fenómenos de superficie que rigen la actualidad: entre otros, el perpetuo chantaje al corazón, la fiesta como ideología, la beneficencia como modo de control, el siniestro reinado de los buenos sentimientos, la lógica de descompartimentación, la pasión del reconocimiento indiferenciado como gestión de multitudes, el moralismo pueril que encausa la totalidad de la Historia para renaturalizar, reanimalizar y después judicializar la existencia humana. Pero, delante, ¿qué tenemos? El remordimiento, en nuestro experto informado de los fenómenos llamados «de sociedad», de la perlita irreductible de la individualidad y de su arte de vivir apestoso, así como la perspectiva de una vida pasada que recorrer, que cantar la misma canción del resentimiento y de la sustancialidad de poca monta.

El borramiento de la personalidad se acompaña fatalmente con las condiciones de la existencia sometida de modo concreto a las normas espectaculares, y así cada vez más separada de las posibilidades de conocer experiencias que sean auténticas, y con ello de descubrir sus preferencias individuales.
Debord

24 producción de subjetividad Defensa incondicional, pues, del individuo burgués contra la indiferenciación del Bloom, percibido de forma unilateral como producción social de embrutecimiento y de desubjetivación obscena. Sin embargo, sobre este punto capital, el hombre de Antiguo Régimen está equivocado, puesto que adopta la propaganda espectacular como dinero en efectivo justamente donde convendría no seguirla: resulta falso decir, en efecto, que el Bloom es una simple producción del Espectáculo; lo que efectivamente produce este último son solamente la mayoría de las formas de ser actuales del Bloom. Es un error estratégico grave ver al Bloom sólo como producción de nada, no percibir más que lo que él ha perdido, de tamaño efectivamente, en maestría, en libertad, en espíritu, en cultura, en goce «refinado», en estilo, en existencia clásica para decirlo todo. Ya que también ha ganado algo: el campo de batalla devastado de la individualidad, terreno de experimentación, para todos los intentos de asunción del Bloom, donde todos los fragmentos de experiencia pasada, todas las figuras pasadas, podrán retomarse y reproducirse sin desempeñar el papel de imperativo moral inhibidor. Existen procesos de (de)subjetivación felices, mientras que la subjetivación rancia, por su parte, siempre es infeliz.

25 la guerra del gusto Con el hombre de Antiguo Régimen, nos enfrentamos en primer lugar con una figura de la soberanía reducida: (estribillo) maestría, buen gusto, juicio crítico, consciencia de sí furiosa, decencia, cortesía. El hombre de Antiguo Régimen consigue aún disfrutar de esta felicidad de la identidad, de la exaltación de lo semejante, de su universalidad, de su naturaleza humana, de su civilidad. De hecho, es el hombre del cálculo quien habla, aquel de las pequeñas estrategias de diferenciación, de difamación, de conquista de la opinión, estrategias nulas porque ocurren en el seno del único espacio exclusivo de publicidad específico de su forma-de-vida. Penetrar (o no) en este campo es la elección fundamental, y no aquello que pueda decirse aquí (nada puede hacerse aquí, en cualquier caso). Consecuencia: variaciones al infinito en la literatura contemporánea del tema tocquevilliano del hombre liberal socavado por la nostalgia de la grandeza de antaño, por el sentimiento de la pérdida inexorable de los beneficios del pasado. El hombre de Antiguo Régimen es así el sujeto económico perfecto: aquel que, como con todo, paga su experiencia, ya sea con dinero o con su sometimiento efectivo al orden social. Una vez usurpado por un pequeño escort, un «joven», o apaleado por error por un policía, podrá anotar tembloroso en su Diario del año hasta qué punto lleva una vida aventurera, no-conformista, y hasta qué punto desprecia al rebaño socialdemócrata de los hombres con pantalones cortos que se satisfacen con un consumo de experiencias en descuento, mientras se arrepiente de manera muy palpable de que el curso social de la civilización haya caído tan bajo.

26 un hombre maduro Apegado a la publicidad decente de la era burguesa, hostil a cualquier movimiento de verdad, cuyo principio duradero sería la guerra civil, todo su ser tiende a naturalizar su debilidad y su neutralidad ofensiva como modelo no cuestionado de los usos y de las relaciones intersubjetivas: todo lo que es irreductible al humanismo burgués más trillado (momento de soberanía, sufrimiento, vértigo, robo, violencia, desbordamiento, destrozo, motín, anonimato, histeria) será sutilmente censurado y vuelto insignificante frente a una actitud decente de lucidez pasiva. El hombre de Antiguo Régimen cree en los discursos de verdad inofensivos, no en los dispositivos de verdad territorializados o en la criminalidad silenciosa sin argumentos. Aquí encontramos a nuestro viejo enemigo, el antiguo miedo liberal a la multitud, a lo informe, al margen, a la disolución, al éxtasis anónimo.

27 big brother Uno de los objetos que siguen perteneciendo al hombre de Antiguo Régimen para creer en alguna incidencia de su práctica sobre el mundo es la retrología, a saber, la especulación paranoica de titiritero sobre los arcanos del poder; quiere participar en ello (uno de los principales goces de aquellos que no temen nada es saber en el secreto, estremecerse sobre los medios desmesurados de los que dispone la dominación). Señal de su admiración infantil por los engranajes fantaseados de un poder supuestamente recogido en algún lugar secreto, en algún ministerio del Amor, del Interior, de la Paz o de la Verdad, admiración que se duplica con una retórica heroica de los grandes enfrentamientos estratégicos. En el caso bastante preciso del análisis de la represión judicial del movimiento insurreccional de la Italia de la década de 1970 y del inicio de la década de 1980 por ejemplo, obtenemos el famoso teorema Calogero, por el nombre del magistrado «antiterrorista» que tomaba por «hipótesis de trabajo» que habría existido una dirección única, no solamente de los diferentes grupos armados, sino también una manipulación del Movimiento o de la movida autónoma por una cabeza pensante única de la subversión, la famosa «O» o el mítico «Gran Viejo»; hipótesis que sirvió para justificar la invención de un nuevo delito, el de «responsabilidad moral». Uno sólo puede sorprenderse al ver que esta pasión triste de la asignación y esta voluntad de desvelar responsabilidades individuales, específicas de cualquier concepción policiaca de la Historia, sean implementadas en los análisis llamados «críticos». El punto de vista retrológico sigue siendo aquel, idealista, de la totalización y de la subjetividad: exige el sobrevuelo, la mirada penetrante del águila por encima del campo de batalla. Entonces ya no hay hechos, sino sólo intenciones, maniobras, señuelos, desinformación; es todavía una forma de hacer pasar a través de la escotilla lo que realmente ha pasado, porque lo que pasa no podría ser real sino que incumbiría a una realidad superior, a un trasmundo que funda el nuestro como ilusión y manipulación. Y de paso se podrá haber fantaseado benéficamente como pequeño general que maniobra sus tropas por la pura fuerza del pensamiento.

28 el kit-vida de los desclasados No es la estabilidad alardeada de una forma-de-vida lo que aquí se pone en cuestión, es más bien su esterilidad. El hombre de Antiguo Régimen es pobre de mundo, a causa de que la mala plenitud que se ha dado no autoriza concretamente ninguna experiencia de la conflictividad histórica aparte de la remota y mediatizada completamente. Lo que no le impide capitalizar el pequeño tejido de anécdotas que forma su existencia bajo el término pomposo de experiencia de la vida. Lo que le queda al burgués cuando la burguesía ha desaparecido es la hipocresía como arte de vivir, como compensación fantasmática a su impotencia ante las fuerzas impersonales que rigen su vida. En el fondo, bajo el pretexto de una antropología pesimista con acentos hobbesianos y de la «lucidéz» que se le atribuye, esos Bloom que disponen del kit-de-vida de los ricos son impulsados por el miedo, por ese terror a la violencia psíquica, que es el verdadero motivo de su crítica. Sociológicamente, nos encontramos con el pequeño propietario sin fortuna y el intelectual desclasado que sueña con un tiempo en el que la dominación era tan testadura como ellos mismos y que tiemblan ante la multitud escurridiza, que terminará por tener sus pellejos. ¿Cómo no escuchar la materialidad del sentido fiduciario detrás de sus peroraciones sobre la pérdida de los valores? ¿Temen por su vejez? Tienen razón. Entre el reconocimiento íntimo de la guerra civil como hecho social total, la obligación de vivir a la altura de ésta y el odio que se le tiene, no hay nada, a no ser que todas las operaciones de mala fe que apuntan a transfigurar el terror de la violencia psíquica en disparates metafísicos del tipo angustia-sin-objeto, a absolutizar la crítica eunuca de los excesos procesales de regulación y de normalización de la violencia. En resumen, entre ética de la guerra civil y apología del Estado y del control, ya no hay nada, a no ser que la habitual marisma de pretensiones vanas, de espectáculo del extremismo y de mala fe visceral, específicos de nuestro hermoso país.

Quien no conoció el Antiguo Régimen no sabe lo que pudo ser la dulzura de vivir.
Talleyrand

29 un sacerdote astuto Una de las amables fantasías del hombre de Antiguo Régimen consiste en imaginarse como un defensor de los valores patriarcales en el seno de una sociedad tendencialmente matriarcal. Y de hecho, esta última lo deja discurrir como solían hacer aquellas burguesas del siglo xix con sus maridos, sabiendo bien que el macho busca primero que nada nunca ser contradicho en el orden del discurso, de la representación, pero que a ellas les incumbía dirigir la tienda, gestionar el hogar, mantener la infraestructura. Precisemos que su profunda misoginia teórica no es para nada exclusivamente masculina, ya que es una de las especialidades retóricas de las mujeres de Antiguo Régimen que han aparecido recientemente, y que ponen a trabajar su odio de sí con un delirio histérico casi conmovedor. El hombre «pleno» del discurso, de la ley, del Nombre, del Padre, en resumen, el Autor, el sujeto amo y poseedor de su departamento, es hoy depuesto con dulzura por la gestión envolvente y cálida de la economía normalizante, que en todas partes se inmiscuye, hasta en los pliegues íntimos de sus deseos. A este respecto, la simbiosis absoluta y pegajosa del comisario y de Madame Maigret que encontramos en las novelas de Simenon, con sus dos caras que son la Ley y la Norma, es completamente esclarecedora. Pero es en otro lugar, en la curiosa afinidad de la Jovencita y del hombre de Antiguo Régimen, que mejor se traiciona la naturaleza del personaje. Con la asistencia de la Jovencita, el hombre del Antiguo Régimen disfruta poder oponer a una extrañeza con respecto a sí simple, su propia extrañeza de sí, cultivada, referencial. Nada es más dulce a la mirada de quien pretende ser profundo que el espectáculo de una vida supuestamente inocente, inmanente a sí, que puede amablemente condescender o burlarse. Porque la relación del hombre de Antiguo Régimen y de la Jovencita se establece sobre la base de una común simulación, donde una simula la vida y otro la cultura, también es la más estable del mundo, aquella que contiene el menor número de amenazas. De hecho, la subjetividad de Antiguo Régimen se presenta como el complemento ideal de la superficialidad conquistadora de la Jovencita. La solidaridad profunda entre la postura plena del hombre de Antiguo Régimen y el poder maternal y pastoral de la norma exige así que su oposición permanezca en la superficie, para poder continuar funcionando como trampas para tontos. Maigret, al igual que sus hermanos literarios O’Brien en 1984 y el Gran Inquisidor de Los hermanos Karamázov, apunta a una comprensión de la patología social cuyo objetivo profundo es la reproducción infinita e insensata de la sociedad. Ellos ya no juzgan, sino que quieren entender para curar a los hombres de aquella reactividad irreductible que los caracteriza. Quieren hacerlos vivir. Así que nada es más absurdo que criticar los procesos de normalización a través de la referencia segurizante a la Ley; además, la crítica autorizada que practica el hombre de Antiguo Régimen no es más que un histrionismo inofensivo y pueril, objetivamente aliado de la dominación normalizante. Como un título suplementario, el discurso de Antiguo Régimen es hoy en día un relato consumado, sin una parte oscura. Ya no tiene nada que enseñarnos, sino que funciona como simple dispositivo de socialización de la parálisis. Así son las cosas. Tenemos que pasar en algo más.

30 lo común de los mortales Debido a su incapacidad de compartir algo que sea verdaderamente común, la única vida «social» del hombre de Antiguo Régimen será la compañía de las mentes así llamadas fuertes, el círculo elitista de la afinidad electiva de las individualidades rancias a las que une un culto compartido de la etiqueta y de la cortesía, el club de los Grandes Despreciadores ante la Historia. Soledad, finitud, exposición se compartirán sin duda aquí, pero sólo negativamente, en un modo ultradomesticado y aséptico, sin nunca dar lugar a la menor línea de fuga distinta al suicidio, la bebida, los desvaríos y la senilidad, que, si bien no hay nada inherentemente despreciable en ellos, siguen siendo una admisión de un fracaso colectivo, de la imposibilidad de un juego continuo y excitante entre esas formas-de-vida. La comunidad de los malos sentimientos es tan imposible y poco deseable como aquella de los buenos sentimientos. La miseria de su vida cotidiana, desde su humanismo amargado hasta el código caducado de la seducción de la que hace uso, demuestran una y otra vez que la forma-de-vida a la que responde el hombre de Antiguo Régimen es transitoria e inadaptada al gran juego de la guerra civil, aunque casi se las ha arreglado para persuadirse a sí mismo del fundamento inmutable de su habitus. Es una forma-de-vida inasumible por cuanto tiene de atenuado, de pasivo y, a decir verdad, de repulsivo y de feo. Ciertamente, el Bloom que juega al hombre de Antiguo Régimen a menudo está demasiado mutilado como para acompañar sus devenires posibles. Por tanto, necesitará o bien persistir en su apego pueril a su debilidad, a su prejuicio clásico hacia toda comunización ofensiva de la existencia, continuar denunciando la alegría anónima que se vincula a esta comunización como una «superación fusional de la separación individual», y por lo tanto desaparecer, o bien desprenderse de sí y acceder a otra cosa, más alegre y más aguda, en el seno del Partido Imaginario.


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